sábado, 20 de noviembre de 2010

EL SEÑOR LÓPEZ Y LOS POETAS ASESINOS (Fragmento)


Como cada mañana el señor López, armado con su carcomido bastón y su raído bombín negro, que sólo se quitaba para dormir- según aseguraban las malas lenguas-, se dirigía a  su modesto despacho de la calle Luna. Para ello debía subir por toda la Gran Vía desde la calle Alcalá, y como gustaba de llegar bien temprano al tajo, antes incluso de que asomara el sol, se cruzaba con los últimos tertulianos de los clandestinos cafés que, con más alcohol que sangre en sus venas, le saludaban procurando no darse de bruces con alguna farola que había tenido el capricho de pararse en medio de su camino. 
El señor López tenía siempre trabajo que despachar antes de que algún cliente llamara a su puerta para hacerle alguno de esos comprometidos encargos que solo él sabía llevar a cabo con la debida discreción y con resultados garantizados. El señor López era él y su reputación, que se pegaba a su persona como su sombra, por ese motivo si no resolvía el caso no aceptaba el pago.
Pero aquella mañana intuyó, al ver la negra silueta de un hombre encorvado apoyado en la puerta de su despacho, envuelto en una nube de humo, que algo iba a alterar su rutina. Al acercarse, aquella silueta tomó prestado un rostro humano que enseguida reconoció.
         -Don Pío, ¿cómo usted por aquí, es que ha ocurrido algo?
Todo el mundo en la ciudad conocía al señor Baroja, o Don Pío, como solían llamarlo los que le trataban. Aunque no hubiera muchos admiradores de su carácter, su prestigio como literato era incluso mayor que el del señor López en su profesión.
-          Pues ya ve usted, señor López, ha habido un asesinato.
-          Alguien conocido, deduzco de su tempranera visita, aunque no demasiado cercano a usted, por la falta de afectación con la que me habla.
-          Deduce usted bien señor López, aunque lo de la cercanía es muy relativo en este caso. No era cercano  en el sentido consanguíneo, ni tampoco en el sentido filosófico o ni siquiera empático, pero sí lo era en el sentido literal en el momento de su muerte, pues murió sentado en una silla que se hallaba al lado de otra silla en la que yo hacía lo propio exactamente en el mismo momento.  Así que, si se puede decir que no fue cercano en vida, si lo fue en su muerte, aunque no fuera más que por la corta distancia que nos separaba en el momento en que ocurrió.
-          ¿Y de quién se trata, si se puede saber? 
-          De Don Miguel.
-          ¿No se referirá usted al señor de Unamuno?
-          No otro sino él.
-          Pero esto es una desgracia.
-          Según se mire, señor López, según se mire.
-          ¿Y qué ha dicho la policía?
-          La policía no lo tiene claro aún, lo van a investigar.
-          ¿Y entonces, por qué ha venido usted a visitarme?
-          Porque sé quien le ha matado, pero no puedo decírselo a la policía.
-          ¿Y se puede saber quién es el asesino?
      Don Pío clavó sus ojos en los del señor López mientras daba lumbre al cigarrillo apagado que sostenían sus labios desde hacía ya un rato, introduciendo así la pausa dramática que tanto conviene a una noticia de tal naturaleza, pues Don Pío es tan artista en su obra como en su vida. Dió un paso en dirección a su atento oyente y sueltó un nombre que se confundió con el sonido del aire:  
-          Don Juan Ramón Jiménez.
-          ¿Juan Ramón Jimenez?
-          Shhh, no chille, el asunto es delicado.
-          ¿Y cómo ha sido eso?
-          Pues ya ve usted, nunca se conocen los verdaderos motivos…
-          No, quiero decir que cómo le ha matado.
-          Con un poema.
-          Pero lo que usted dice no tiene sentido. No se puede matar a nadie con un poema.
-          Yo le demostraré que sí se puede.

CONTINUARÁ
             
            Jaume Carreras
 Este fragmento pertenece a la novela corta “El señor López y los poetas asesinos” de Jaume Carreras.

viernes, 5 de noviembre de 2010

EL HILO DE ARIADNA (parte 2)

  Hoy tu madre y yo te hemos sacado de paseo por el parque para que te vayas ya familiarizando con los lugares que vas a frecuentar cuando nazcas. Está lleno de árboles a los que se les están empezando a caer las hojas, ya muy secas después de un caluroso verano. Quizá esos árboles te puedan parecer ahora poco simpáticos, pues solo se presentan ante ti en su rudimento esquelético, como gatos esquilmados o perros famélicos.  Eso no debe desalentarte. Para cuando tú llegues, el invierno ya habrá cedido su cruda hegemonía estacional a la benigna primavera, y el panorama será bien distinto. No te lo esperas. La naturaleza, en esa época, escenifica un auténtico espectáculo de luces y sombras, como un amanecer eterno en el que intervienen todos los seres del planeta, dirigidos por la omnisciente mano del dios sol, que desde su lejana cuna nos inunda de su antigua sabiduría. Sé lo que piensas. Con lo poco que queda para que llegue el momento y lo mucho que queda por hacer. Sí, aún está todo patas arriba, pero mientras tú estás ahí dentro, en un perpetuo verano, aquí ya han empezado secretamente los ensayos. Pues cada hoja que cae, al penetrar la tierra, se convertirá en una semilla que renovará la esperanza del universo.  No debes preocuparte, todo saldrá a la perfección, hace ya muchos años que se repite la ceremonia y, aunque con prisas y nervios de última hora, siempre sale bien.
Jaume Carreras
Este fragmento pertenece a Trilogía de la Nostalgia.

sábado, 23 de octubre de 2010

EL RÍO

Cada mañana, antes que salga el sol, Kun’g va a buscar agua al río. Aunque hay un pozo en su poblado prefiere andar las tres millas que le separan del río porque según él, la corriente se lleva sus penas y renueva así cada día su espíritu. Sus padres no comprenden muy bien lo que quieren decir esas palabras, pues a sus ojos Kun’g  no tiene ningún motivo para apenarse. Kun’g  es joven, apuesto, trabajador y tiene toda la vida por delante. Con esas cualidades, dicen sus padres, nadie debería sentirse afligido.  Pero Kun’g  sabe muy bien de lo que habla, pues aunque es alto y fuerte como un baobab, su cuerpo se estremece hasta reducirse a una milésima parte  de lo que es cuando llega a l río y ve a una joven en la orilla opuesta que, siempre a la misma hora, coge agua del río en su tinaja de bronce para desparecer con ella entre la hilera de árboles que forman un lejano horizonte. Pero hay un momento, el instante en que sus miradas se cruzan,  en que la naturaleza se confabula con los dioses para ofrecer un espectáculo digno de un rey de la sabana, orquestando un ritual de una belleza que detiene el tiempo para que los sentidos  no se vean turbados por el fluir de las cosas.  El sol emerge de lo más profundo de la sabana para recortar la silueta de la joven e iluminar un rostro aún no allanado por las impurezas que va destilando la vida con el tiempo,  pues su piel parece más de otro mundo que de éste. En sus ojos queda Kun’g  atrapado perdiendo la noción de vida y de tiempo, hasta que la joven desparece. Su figura se mezcla con la de las nubes, aunque Kun’g  la distingue entre ellas incluso cuando ya no está. Después, vuelve Kun’g  a su poblado como si otra persona hubiera entrado en su cuerpo y hubiera puesto patas arriba sus vísceras.  Tal es su turbación al regresar que más de una vez lo hecho con la tinaja vacía. Pero eso no importa a Kun’g  pues su alma ya ha saciado su sed para lo que queda de día.
Kun’g  nunca ha faltado a su cita con la muchacha, pero aún no ha llegado el día en que se atreva a decirle una sola palabra. Kun’g  duda cuando la tiene delante, aunque haya ensayado miles de veces la escena, pues postrado ante tal belleza se cree indigno de ella. Pero lo cierto es que la joven tampoco  ha faltado nunca a esa furtiva cita dominada siempre por un profundo silencio. Los días se suceden. Pero en la sabana el tiempo se complace tanto en el sosiego del paisaje que se ha olvidado de las estaciones.  Pase lo que pase cada mañana Kun’g  se pone la tinaja sobre el hombro y se dirige hacia río. Pero en las últimas semanas Kun’g  ha caído preso de las fiebres. Y aunque intenta ponerse en pie desafiando con altivez y orgullo a la enfermedad, la debilidad aplasta inexorablemente su cuerpo contra el lecho.
Ya han pasado unas semanas y Kun’g  empieza a recuperarse. Sin pensárselo, aún envuelto en la oscuridad de la noche,  se pone la tinaja al hombro y se dirige a toda prisa hacia el río. Anda las tres millas como si le persiguiera un diablo de la sabana para ganarle tiempo al sol. Hasta que llega a su  orilla, como ha hecho todos los días de su vida, y se sienta a esperar a que la joven disperse con el contorneo de su cuerpo la niebla que se forma durante la noche.  Pero no es la chica la que aparece de entre la bruma sino una anciana que carga con sus arrugas como carga con la tinaja de bronce.
Por primera el río escucha la voz de  Kun’g:
           -Disculpa anciana, ¿podrías decirme dónde está la joven que cada día baja al río para llevar el agua?
- ¿A caso no me reconoces? –dice la anciana.
- ¿Es que te he visto antes? -contesta Kun'g
- Todos los días de tu vida, aquí en el río.
- Eso no es cierto, anciana. A quien he visto yo en el río es a la muchacha que robó mi corazón el primer día que nuestras miradas se cruzaron. Desde entonces no he dejado de acudir para que me lo devuelva,  pues nada he amado en la tierra tanto como la he amado a ella.
-Ha pasado mucho tiempo desde aquél primer día. ¿Y ahora me lo dices? Aunque no me reconozcas, yo soy la muchacha que ha caminado cada mañana hasta el río, con los pies descalzos por la árida sabana para verte, sin faltar jamás a la cita.
- No te creo, pues tu cara está llena de arrugas.
- Igual que lo está la tuya.
-Te equivocas, yo no tengo arrugas. Soy aún muy joven.
- Quizá tu espíritu siga siendo joven, pero tu cuerpo no le acompaña. Mira sino tu reflejo en el río.
Kun’g  dirige su mirada al espejo que forman las cristalinas aguas del rio para descubrir el reflejo de una imagen que no le pertenece. Se parece a él pero el rostro que le contempla se ha llenado de arrugas. Abatido se queda en la orilla mientras ve como la anciana se pierde en el horizonte. Kun’g  medita durante toda la noche y no espera al siguiente amanecer  para dirigirse de nuevo hacia el río dispuesto a recuperar todo el tiempo que ha perdido. No le importan los años que han pasado sino los que aún le quedan por pasar, y quiere  pasarlos junto a su amada. Pero al llegar al río se encuentra con un hombre que coge agua del río con la tinaja de bronce que reconoce al instante. Desde la otra orilla Kun’g  le pregunta, a voz en grito, por la mujer que cada día ha hecho ese mismo trabajo. Pero el hombre, mientras mantiene perdida la mirada en un horizonte quizá inexistente, le devuelve una respuesta, como eco lejano, que  hace añicos sus sueños: “murió anoche mientras dormía”.
Jaume Carreras
Este relato pertenece a “Antología de Lugares y Moradas”.

sábado, 16 de octubre de 2010

MONSTUOSS (PARTE 2)

UN CUENTO DE MIEDOS...
Nunca había oído nada parecido. Era un sonido ajeno a la realidad que alimentaba mi curiosidad. Me decidí finalmente a abrir la puerta. Pero no podía hacerlo de cualquier manera, pues no sabía a qué me estaba enfrentado. Todo era demasiado extraño. Cuando hay una tercera habitación en tu casa, y el dueño no te la cobra porque no se ha dado cuenta, es probable que la CIA esté detrás.  ¿Sería un agente de la CIA el que lloraba tras la puerta por estar arrepentido de haber endosado unas armas químicas a los niños de una guardería de un poblado en medio del desierto del Sahara Oriental para encubrir el robo de unos biberones que mantienen la leche caliente por más tiempo gracias a una fórmula secreta con la que se hace el vidrio y poder así reflotar la industria de biberones que se ha desplomado porque los niños ya sólo chupan los mandos de la videoconsola mientras los llaman cariñosamente Mamá? Demasiado extraño. No lo de las armas químicas claro, ni lo de los biberones, sino que el agente esté arrepentido. Unos ceros en la nómina y un padre nuestro antes de dormir ayudan. Si Dios y el gobierno están al corriente y no me mandan a los de hacienda con un tridente para una inspección, todo va bien. En este momento debo cambiar el tiempo de la narración para pasarla al presente, pues para comprender lo que viene a continuación es necesario un golpe de efecto. Para ahuyentar las dudas abro lentamente la puerta, con una sutileza que desde luego no me caracteriza, pero que en casos como este es absolutamente necesaria.  La luz penetra en la habitación de abajo arriba, como en las películas de terror, hasta proyectar una horrible sombra en la pared. Cierro la puerta de golpe, y me quedo por unos instantes petrificado. Reflexiono sobre lo que he visto, una imagen martillea mi mente de manera insoportable. No puede ser cierto lo que he visto. Doy vueltas sobre mí mismo. !No, no y no!  Nunca nada me había horrorizado tanto. Me digo a mi mismo: “¡detente un momento hombre que me pones nervioso!”. Y me hago caso. En esa arenera isla de sosiego que dura unos segundos veo de nuevo la imagen. ¡Es la sombra de un conejo! Esto sobrepasa a la habitación de gorra y al hombre de la CIA –que probablemente estará escondido detrás del conejo-.  Esta imagen pone en duda los fundamentos de mi cordura. ¿Qué hace un conejo en la habitación? Me voy corriendo hasta mi mesilla de noche para ver si hay restos de alguna sustancia psicotrópica que ingerí a noche por error, antes de dormir, pero no veo ningún libro de Kant.  Me quedo tranquilo, por el momento. Ya llevo dos semanas de abstinencia y no puedo bajar la guardia. Ni Kant ni Nietsche. Esos destrozan el cerebro a la primera dosis. Con una sola línea me quedo colgado hasta un día entero. Pero no están ahí, menos mal. Me sereno por unos instantes pero,  ¿qué es eso que asoma entre los libros?  ¡Horror! Lo sabía. Mucho peor que Kant, que Nietsche y Shopenhauer juntos. Es… ¡El Patito Feo de Hans Christian Andersen!  Ahora empiezo a atar cabos, ahora lo comprendo todo. ¡Tú, tú eres el culpable, maldito! Eso el organismo no lo digiere así como así. Ya he encontrado la explicación a todo. ¡Sí! Lo cojo por el pescuezo y lo alejo de mí tirándolo por la ventana lejos, muy lejos. Quizá con eso haya terminado el problema. Pero el grito de un transeúnte a quien probablemente le haya caído el libro en la cabeza me devuelve un interrogante aún más acuciante y angustioso que el propio conejo de la habitación y que me desconcierta hasta un punto insospechado: ¿Qué hago yo con el Patito Feo de Hans Christian Andersen en mi mesilla? ... CONTINUARÁ.
Relato de JAUME CARRERAS
Ilustraciones de DANIEL MATEO

miércoles, 13 de octubre de 2010

LA FRONTERA

Esta mañana al salir al jardín de mi casa para regar el árbol que allí crece, como he hecho todos los días de mi vida, me he dado cuenta de que alguien había puesto una frontera. Ésta atraviesa mi jardín de lado a lado dejando el árbol fuera de lo que se podría entender que es la parte en la yo me tengo que quedar.  He preguntado a los hombres que la guardan, pero nadie me ha sabido dar una respuesta. Nadie sabe por qué han puesto una frontera donde antes sólo había un jardín. Así que he entrado en casa sin poder regar el árbol.
Ya han pasado unos días y la frontera continúa en mi jardín. He intentado explicar a los soldados que la custodian que era necesario que yo pudiera regar el árbol. Como ésta es una tierra seca el árbol necesita de mis cuidados, si no recibe mi agua no sobrevivirá por mucho tiempo. Pero los soldados no me han escuchado.
Ya han pasado unas semanas. El árbol que he cuidado toda mi vida empieza a perder su lustre, casi ya no le quedan hojas, y empiezo a preocuparme seriamente por él. Hago otro intento de acercarme al árbol con un cubo de agua, para saciar su sed, que a estas alturas, debe ser ya insoportable. Pero el soldado, con muy mal humor, me lo ha echado sobre mi cabeza. Le he dicho, procurando guardar las formas para que no se enfadara conmigo, que si no me dejan hacerlo a mí que al menos lo hagan ellos. Pero me ha contestado en su tono arrogante que ese no es su trabajo. Que su trabajo consiste exclusivamente en guardar la frontera, y no lo que hay detrás de ella.   
Ya han pasado unos meses. El árbol tiene un aspecto deplorable. Ya no le queda casi vida, el tronco reseco, ni una hoja. Las raíces sobresalen de la tierra, como si quisiera irse a alguna parte.  Ante esta triste visión de mi querido árbol, ya el único amigo que me queda, he vuelto a probar suerte, por si los guardas de la frontera habían cambiado su humor como seres humanos que parecen. Pero el soldado me ha apuntado con su fusil y me ha amenazado con dispararme si se me ocurría dar un paso más. Entonces le he preguntado por qué han puesto una frontera si les importa lo mismo lo que queda dentro como lo que queda fuera. Esto es, nada. Y me ha contestado que lo único que él tenía que hacer era vigilar la frontera en sí. Ya derrotado y sin esperanza alguna he entrado en mi casa y he corrido las cortinas para no ver cómo el árbol, ese amigo que ha crecido junto a mí, se muere sin yo poder hacer nada.
Hoy hace un año que hay una frontera en mi jardín. He descorrido las cortinas para ver a mi árbol. Pero ya no queda nada de él. Me acerco para despedirme, pero cuando estoy a tan solo unos pasos veo que el soldado recoge la frontera y la mete en un saco. Sorprendido por el gesto le pregunto a que se debe esa maniobra. El soldado me mira poniendo su mano sobre los ojos a modo de visera para no cegarse por el sol y me contesta “Se ha firmado un acuerdo, ya no es necesaria esta frontera”.
Hace unas semanas la poda de un árbol por el ejército israelí en la frontera provocó un enfrentamiento armado entre éste y las fuerzas libanesas.
Relato y foto de Jaume Carreras

jueves, 7 de octubre de 2010

MONSTUOSS (PARTE 1)

UN CUENTO DE MIEDOS...
Cuando llamé para alquilar el piso en el que ahora vivo me dijeron que tenía dos habitaciones, además de darme algunos detalles, que ahora no vienen al caso, y que se suelen dar para adornar un discurso que terminará inevitablemente con una sentencia pitagórica de primer orden: la cifra final. Siempre Pitágoras tuvo razón. El Universo está hecho de números, lo que se le olvidó decirnos fue que el  valor de  esos números que configuran ese Universo tan maravilloso iría aumentando con la inflación, y que lo iba a tener que pagar yo, que era en definitiva lo que más me preocucuapa de toda esa filosofía.  Volviendo a lo que interesa, el número de habitaciones me pareció bien porque no necesitaba más. Dos era un número que se adecuaba a mis circunstancias. Cuando fui a verlo comprobé que lo que me habían dicho tenía su fundamento, porque efectivamente tenía dos habitaciones. Así que me mudé sin darle más vueltas al asunto, ni a Pitágoras. Allí pasé mis mejores años, hasta que algo extraño ocurrió. Desde que me mudé he transitado hasta la saciedad por los setenta metros cuadrados que tiene el piso, por cada uno de los centímetros, que son unos cuantos si los medimos así, pero que tampoco son tantos si los contamos en kilómetros. He ido de la habitación al salón, del salón a la cocina y vuelta a empezar, miles de veces. Nada que no haga el resto de comunes en sus respectivos hogares. Pero el otro día ocurrió algo. Al pasar como cada día por el pequeño pasillo que me lleva al salón descubrí, para mi sorpresa, que el piso tenía una tercera habitación. Ya sé que suena extraño, pero entre la primera y la segunda habitación había otra que hasta aquél momento yo no había visto. Mis amigos y familiares podrán atestiguar a estas alturas, incluso jurando sobre cualquier texto sagrado, que gozo de buena salud ocular. No llevo gafas y en caso de llevarlas éstas no estarían empañadas. En ese caso el relato debería terminar forzosamente aquí.  Como no llevo gafas sigo pues con lo que interesa. En el momento del descubrimiento no supe muy bien cómo actuar. Lo primero fue ir a la cocina a comprobar la línea de flotación del wisky que tengo en al armario. Efectivamente había menguado, pero al concentrar mi vista, como aquél que quiere ver más de lo que hay, detecté  rastros de carmín en el cuello de la botella, lo que confirma dos hipótesis importantes: la primera, que la chica de la limpieza se pone fina,  tal como había sospechado, y la segunda, que no usa vaso para tal fin. De ello saqué una tercera conclusión, que algunos podrían considerar precipitada, pero entre los cuales no me hallo. ¿Y qué es lo que tan tenzamente había yo deducido? Pues que yo no había probado el wisky desde hacía al menos una semana, última puesta en escena de la chica en mi casa, porque enonces habría detectado el carmín antes, y la habría despedio, lo cual no ocurrió, al menos hasta al día siguiente. También descarté cualquier perturbación metafísica que se hubiera colado en mi mente durante el sueño al recordar,  cuando vi que ya no quedaban naranjas en el cesto que tengo para poner naranjas, y que debía, en un momento u otro, salir a comprar más –pues no me gusta quedarme sin ellas.  Esa es una prueba definitiva de que en realidad tampoco te importa tanto si hay dos o tres habitaciones en tu casa.  Me dirigí pues otra vez hacia la puerta de la tercera habitación cargado con la realidad, pues como ya he dicho, había descartado cualquier intromisión onírica.  Plantado delante como un pasmarote, se me ocurrió poner la oreja sobre la puerta, y fue entonces cuando escuché algo parecido a unos sollozos…CONTINUARÁ
RELATO DE JAUME CARRERAS
ILUSTRACIONES DE DANIEL MATEO

sábado, 2 de octubre de 2010

PALEONTOLOGÍA PERSONAL



Hoy he recuperado una imagen que se había fosilizado en algún rincón de mi memoria. Como no podía verla con mis ojos, por hallarse profunda, la he reseguido con los dedos del alma hasta que ha mostrado el perfil de algo que había ya olvidado, pero que no por ello había dejado de existir. Esa imagen había viajado conmigo, dormida como duerme una fotografía color sepia, ya casi velada, de las que saca la abuela de su antigua caja de galletas con los ojos empañados. Todos tenemos imágenes de esas. Y de repente, por algún motivo inesperado, emergen hacia la epidermis para que podamos palparlas de nuevo, estremeciendo la carne y erizando el vello. Esas imágenes hechas de tiempo detenido, ancladas en un instante, nos muestran nuestra historia sensitiva personal, la que nos hace únicos y distintos.
Hoy he palpado la imagen de mi infancia al entrar en una sala llena de las obras de José Ramón Sánchez. Yo no sabía nada de él antes de entrar, y lo sabía todo al cruzar el umbral de la puerta porque él siempre estuvo ahí. Porque él coloreó mi infancia sin yo saberlo, como aquel que hace algo todos los días sin darse cuenta de ello. En cada color de su paleta he encontrado un sentimiento que creía desaparecido y me he quedado tranquilo al comprobar que aún seguía ahí, y lo seguirá estando para siempre, porque ahora sé que esos sentimientos no se borran.
Por Jaume Carreras
La exposición de la obras de José Ramón Sánchez ha tenido lugar en el Teatro Mira de Pozuelo de Alarcón, en el contexto del Festival Internacional de imagen Animada.

viernes, 1 de octubre de 2010

LAS SIETE VIDAS DE NÉSPOLO

Hace unos días publiqué una reseña sobre una de las novelas más interesantes que he leído en lengua española en los últimos años. Una novela hecha de las mismas contradicciones con las que está hecho el ser humano, incluido su propio autor. Una novela de hoy para mañana que se leerá algún día como leemos hoy a Jorge Amado, o como quien hace ese viaje a los arrabales para quedarse un rato en cuerpo, y una eternidad en alma. Su título es sugerente, Siete maneras de matar a un gato. Más lo es lo que se esconde detrás.
La revista Garanta ha anunciado hoy, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, la lista de los 22 mejores autores en lengua española y entre ellos se encuentra su autor, Matías Néspolo.  Probablemente esto no sea más que el principio.
Por Jaume Carreras

jueves, 23 de septiembre de 2010

EL HILO DE ARIADNA 1

RELATO DE UN NACIMIENTO(parte I)
 Jaume Carreras
Yo ya he estado allí antes, pero no me acuerdo.  Cada una de las células que me componen guarda un fragmento de la memoria de ese lugar en que ahora te encuentras, pero esas células  son incapaces de recomponer esa memoria del origen para mí. Por eso necesito tu ayuda, porque ahora tienes tú mis ojos, y mis oídos . Pues mi cuerpo, ya en peregrinación inexorable hacia su senectud, busca en ti, Ariadna, el consuelo de la renovación. Ahora estás dentro del plácido laberinto amniótico, pero el cordón umbilical que te une a la vida, te mostrará el camino hacia mí, cuando sea el momento. Aunque sé que me escuchas, cuando hablo con tu madre sobre ti, porque te mueves, porque te ríes, porque ahora eres sólo esencia, porque aún no estás anclada a tu cuerpo. Eres felicidad en estado puro. Eres  yo sin el lastre que soporto, de una experiencia ya abatida por el desengaño de una promesa rota, pues  la tierra prometida no es sino donde te encuentras.  Y mientras  estás haciendo las maletas genéticas, llenándolas del ADN que te permitirá ser tú, de ser reconocida por los demás - aunque a mí no me hace falta porque te reconocería aunque fueras un árbol o una semilla-, yo espero paciente tu llegada.

Por Jaume Carreras

martes, 21 de septiembre de 2010

CON LA CASA A CUESTAS

Cada paso que doy deja una profunda huella en la arena, porque a mis espaldas cargo con la pesada casa que me vio nacer. Y esa casa está llena de gestos que un día cocinaron mis abuelos para que comieran mis padres para que comiera yo. De barro me hicieron, como vasija, con arcilla de mi tierra, para que en todas partes reconocida fuera…pero comprender es mirar dentro , en ese espacio vacío…” .
Fragmento de la novela LEVE SERÁ LA TIERRA (Jaume Carreras).
Esa casa a cuestas es nuestro diccionario. Quien nos quiera conocer tendrá que hojearlo, quien nos quiera comprender deberá leerlo a fondo. Las cosas no son porque sí. Y la esencia no se puede borrar por mucho que frotemos. En Senegal alguien me dijo “a cualquier parte que vaya estaré mejor que aquí, aunque sea en el infierno”. Entonces me imaginé ese infierno: lo vi llegar (porque tuvo suerte) en patera a España. Lo vi trabajando doce horas (porque tuvo suerte) por lo que cuesta un plato de comida. Lo vi viviendo en un piso de 30 metros (porque tuvo suerte) junto a otros diez como él. Lo vi llorar (porque sentía nostalgia) cuando miraba el mar en dirección a su tierra en la que dejó a sus hijos. Aun viéndolo, aquellos que le proporcionaron el viaje, el trabajo y la vivienda, le llamaron desgraciado. Pero a pesar de todo nunca pensó en regresar a Senegal.
Para entender por qué aquel hombre nunca regresó a Senegal, hay que leer el Abecedario de Antrpologías de Luís Pancorbo. Libro especialmente recomendado para: a/ los que le llamaron desgraciado; b/ los que aplauden a quienes se lo llaman; c/ los políticos que lo alientan; d/Sarkozy.
Post Scriptum: Luís Pancorbo contribuye al entendimiento entre culturas (personas) gracias también a su programa de televisión OTROS PUEBLOS.
Por Jaume Carreras

lunes, 20 de septiembre de 2010

JOSEPH L. MANCKIEWICZ. UN RENACENTISTA EN HOLLYWOOD. de Christian Aguilera


El año pasado fue el centenario del nacimiento de Joseph L. Mankiewicz (1909). Para muchos, por no decir para la mayoría, el evento pasó tristemente inadvertido. Alguna que otra reposición (en filmotecas, por supuesto. En televisión ya no se acuerdan de quienes la inventaron.) y poco más.  Y los que amamos el cine nos hubiéramos tenido que conformar el mero recurdo de Marlon Brando hablándonos desde el estrado, proyectando la voz multiplicada de William Shakespeare, si no fuera por el excepcional  libro de Christian Aguilera, que nos multiplica también a Mankiewicz. Y  es entonces, entornando los ojos en blanco y negro con nostalgia, y rebuscando entre líneas en las páginas de Christian, que desvisten al genio para ver desnudo al hombre, me doy cuenta de que cuando tengamos que vender nuestras joyas, cuando estemos desahuciados por los bancos, vapuleados por los medios, estafados por los operadores de telefonía y los políticos, y demás chupasangres…,  cuando tengamos que llenar nuestros bolsillo de arena para no salir volando, siempre podemos decir: yo vi Julio Cesar.  Entonces quizá volvamos a dar una oportunidad a la especie.
Por Jaume Carreras

VIAJE AL SILENCIO. De Francisco Lopez-Seivane.

Hay muchas formas de viajar, pero Francisco Lopez-Seivane siempre nos descubre alguna que vale la pena probar. Porque el viaje es lo que lo define a él, y nos define a nosotros cuando lo escuchamos. Viaje al silencio es un viaje a nuestros orígenes, un viaje por las regiones del Asia central ,donde nos encontrarnos con aquellos con los que un día empezamos a andar pero de los que, por intercesión de la diosa fortuna, nos separamos en una breve pausa en el camino.  El paseo nos hace transitar por tierras castigadas por el hombre y por sus mitos, por guerras y reyertas religiosas. Unos rezan a la Meca, otros a Wall Street, eso sí, con el permiso del Kremlin . Las anécdotas se hacen eco del abandono de los dioses de lugares un día rebosantes de esplendor. Ahí está Samarcanda. Los dioses se fueron, sí, pero los hombres continúan, sentados a la mesa de Lopez-Seivane para que escuchemos en la distancia sus voces.
Por Jaume Carreras

SIETE MANERAS DE MATAR A UN GATO. De Matías Néspolo

RECOMENDACIÓN.
Siete veces quisieron matar al gato. De siete ciudades lo echaron a pedradas, pero éste era un gato muy escurridizo y sobrevivió a una octava para contar cómo lo habían intentado las siete anteriores.  Pues nadie quiere a un gato que ve en la oscuridad, porque allí es donde transcurre la mayor parte de la vida del hombre.  Y ese gato podría ponerse los calzones que alguien olvidó en el tendedero del colectivo del barrio, y airear las vergüenzas en su paseo matutino por los arrabales de la humanidad mientras desayunamos un tierno croisan con mermelada. El gato Matías lo ve todo, y lo cuenta en lunfardo, pues el viaje empieza en Buenos Aires, y termina en...  Las cosas no son bonitas en la trastienda. Son como son (no como deberían ser, o como nos gustaría que fueran).  Pero no pueden ser redimidos aquellos que no saben que necesitan serlo.  Quizá la gran ballena Moby Dick nos pueda contar algo sobre eso con la voz de Matías Néspolo.  Quizá leer Siete maneras de matar a un gato nos ayude a ver algo mejor en la noche, esa noche argentina de luna pálida y sombras sin dueño .
Por Jaume Carreras

LA PAPILLA AFRICANA

Hablando se entiende la gente. O no. Se entiende siempre y cuando se utilice la misma lengua. Falso. Debajo de las meras palabras están sus significados. Y luego estamos nosotros para interpretarlos. Y no es tarea fácil, debido al hiperbólico incremento del uso de las metáforas esquematizadora, derivadas del precocinado conocimiento que nos sirven en cápsulas y sin anestesia los políticos y los medios de comunicación. Si mi vecina de 90 años me dice que me quiere esbozando una sonrisa en su rostro cuando me la encuentro en el ascensor, en ningún caso interpretaré que se ha enamorado de mí. ¡Dios me asista! Deduciré del contexto que me está agradecida por no aporrear mi piano hasta altas horas de la madrugada como venía haciendo días antes en arrebatos nocturnos de inspiración. Su buen humor, motivado por un placentero e ininterrumpido descanso, le ha hecho soltar el apasionado slogan “Te quiero”, que tanto cuesta soltar al sincero enamorado y de tan frecuente uso para las empresas de telefonía.... Mi razonamiento ha soslayado la catástrofe. Pero ningún otro espectador, fuera de mí o de mi vecina, podría haber llegado a la conclusión acertada sin antes imaginar un despropósito. De ello deduzco que el diálogo necesita no solo de una misma lengua, sino de un contexto común. La verdad es ella y sus circunstancias.
“En Kenia se producen atroces enfrentamientos entre tribus”: decía hace un par de años la televisión (porque resulta que la televisión habla por si misma. No los periodistas ni reporteros, no. La Televisión ha hablado. Amen), expresión esquematizada de una lejana realidad. África es igual a conflicto eterno, tribus enfrentadas, actos atroces, corrupción, niños hambrientos, pateras… Africa es Ruanda, Sierra Leona, Darfur…Pero ya nos hemos olvidado porque no aparecen en las noticias. Mientras ponemos el croisan en la plancha hemos pasado todo un continente por el “turmix” y hemos obtenido una papilla fácil de digerir por nosotros los occidentales, para que no se nos indigeste. No importan las causas, el contexto. Lo importante no es lo que hay sino lo que se dice. Lo importante de África no es África sino su imagen. Y ahora Africa es alegría porque hemos ganado el mundial. El lenguaje mediático enfatiza la lejanía cuando conviene, se regocija en dolor experimentado de forma vicaria, esboza los hechos, y, por encima de todo, nos exculpa del sufrimiento ajeno, porque hemos marcado un gol en la final. Nos redime a cambio de una lágrima. El error esta en el lenguaje, sí, pero somos nosotros los que tenemos la palabra.

JAUME CARRERAS

TANTA JUSTICIA NO PUEDE SER JUSTA

Todo en la tierra tiene escala humana. Cuando los artífices del mundo moderno proclamaban, regurgitando a los griegos, que el hombre es el centro del universo, constataban un hecho irrefutable: para que algo exista, tiene que existir para el hombre. Sin el hombre no hay arte, ni política, ni economía, no hay conocimiento y sin conocimiento no hay hombre, no hay ser humano, sino bestia, esclavo o salvaje. Algunos nostálgicos de la oscura era media se empeñaron en seguir negando la humanidad al hombre, y sus esfuerzos han minado la historia de infames ejemplos. Pero nada hay de alquímico en la economía. De hecho la economía es un concepto intrínsecamente humano, vinculado al instinto de supervivencia. Para que el hombre se prodigue necesita del intercambio con otras personas. Y esa es la base de la economía. Ha sido el lenguaje el que ha alejado la economía del hombre restringiendo su compresibilidad a una supuesta “élite”. Los oráculos sostienen que los designios de los mercados son inescrutables (para el hombre de a pie), y por ello debemos dejar tan sesudos temas a los especialistas.
Pero la economía ha mostrado su rostro. Y su rostro es humano. Desde que Eva comió la manzana del árbol prohibido, el hombre supuestamente, es capaz de distinguir el bien del mal. El inconveniente es que esos conceptos son constructos mediáticos, muy lejos de ser axiomas humanos. Y así lo ha demostrado en su sagaz experimento Xavi Siles, actor y director teatral barcelonés. Un grupo de actores exhibieron, alentados por Siles, sus más desgarradores sentimientos, delante de la Bolsa de Barcelona, ataviados como auténticos ejecutivos que acababan de arruinarse por culpa de su propia codicia. El experimento congrego a la masa que pasaba por allí suscitando un extraño sentimiento de piedad y conmiseración. Y digo extraño porque los propios actores, que en ningún momento revelaron sus auténticas intenciones, se autoproclamaban culpables de su situación y de la situación en que la crisis ha dejado a otros aún menos afortunados. A pesar de todo,  los allí congregados, ofrecían su ayuda y sus lágrimas de apoyo. Es esto una reacción a una verdad emocional. La economía desciende al nivel más bajo, se hace real, humana y se manifiesta en el sentimiento. No hay lenguaje que medie entre un ser humano y sus sentimientos. No hace falta explicar para sentir. La reacción es pura, sin artificios. El espectáculo de la verdad emocional se hace demoledor, capaz de destruir cualquier prejuicio.
Del experimento se pueden desprender varias hipótesis acerca del comportamiento del espontáneo público. El hombre es capaz de perdonar al verdugo, siempre y cuando exista un manifiesto arrepentimiento. Pero quizás no sea capaz de perdonar a la víctima. La vida misma nos proporciona cada día el contraejemplo. Los miles de víctimas de un sistema económico voraz, que se ven abocados a pedir por las calles, ni de lejos suscitan un sentimiento parecido. Más bien todo lo contrario. No hay espectáculo en lo rutinario. Quizá tenga que ver con la comprensión de la realidad. No es digerible para el ser humano ver a hombres y mujeres vestidos de Armani, llorando en la calle. En seguida percibimos que algo va mal, que no está en su sitio. Necesitamos ordenar el mundo para comprenderlo. Eso nos podría pasar a nosotros. No así si los que lloran son harapientos desarrapados, víctimas de los primeros. Para hacer aceptable lo segundo, el hombre creó la hipótesis del mundo justo, según la cual, el hombre es responsable de sus desgracias. Pero no hay una explicación para lo primero. La ambición desaforada de los ejecutivos no puede lanzarlos a las herrumbrosas calles. Los estamos viendo como personas, sin etiquetas. Se arrepienten de lo que han hecho y por tanto deben ser perdonados El mundo es justo, pero no tanto. Tanta justicia no puede ser justa.